Saturday, May 21, 2005

El voto de México

Javier Treviño Cantú
El Norte
3 de noviembre de 2002

Con el voto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Iraq, México se juega mucho más que su reputación como un actor internacional relevante.

Nuestra participación en un espacio tan importante y delicado como éste debe servir sobre todo para impulsar los intereses del país. Desafortunadamente, parecería que eso es lo único que no está en juego.

Nuestra política exterior debe estar al servicio de todos los mexicanos, no al de una élite distanciada de la realidad e incapaz de entender y responder a las preocupaciones del ciudadano común. El reto siempre ha sido vincular la política exterior con la estrategia interna de desarrollo.

¿Era indispensable que México entrara al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Tal vez no. Sin embargo, con la intención de convertirnos en "protagonistas" del escenario internacional, se decidió ingresar sin entender que lo único que se esperaba de la actuación de México era generar beneficios concretos para los mexicanos.

En lugar de representar un apoyo, la política exterior corre el riesgo de convertirse en una amenaza para todo el país y puede afectar la calidad de vida de millones de personas que nunca pidieron ser objeto de una desatención como la que vamos a recibir de los Estados Unidos, al menos en los próximos dos años.

La ilusión de que México sería capaz de imponerle la agenda a Estados Unidos ha quedado en evidencia. Con la única superpotencia, los reclamos, las exigencias y las demandas altisonantes no funcionan. Al contrario: tienen un costo exorbitante, que ahora será todavía mayor por el grado de visibilidad que nos da nuestro afán protagónico.

En lugar de hacer un cálculo estratégico, realista, de nuestras capacidades como nación, se pretendió convertir el bono democrático en una cruzada para darle a México un nuevo lugar en el mundo: dependiente de los Estados Unidos en todo, menos en orgullo.

En lugar de aprovechar los espacios que se abrieron con mucho esfuerzo, como el acuerdo de libre comercio y cooperación con la Unión Europea, para equilibrar la relación con Estados Unidos, se decidió recurrir al "bilateralismo multilateral".

Esta propuesta se basaba en la premisa de que México buscaría "establecer una relación con Estados Unidos que será, necesariamente, más estrecha", mientras que "la única forma en que nuestro país puede realmente equilibrar su agenda de política exterior y sus intereses en el extranjero es desarrollando una actividad más intensa en el escenario multilateral" (Jorge G. Castañeda, "Los ejes de la política exterior de México", Nexos, diciembre de 2001). Al buen entendedor pocas palabras: el objetivo era ingresar al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para tener elementos que nos permitieran negociar con Estados Unidos los asuntos que nos interesan a nosotros, independientemente de lo que les preocupe a ellos.

Como dice Manuel Castells, el Consejo de Seguridad es un espacio para "el intercambio de favores entre los implicados" "¿Por qué Irak?" (El País, 2 de octubre de 2002), y aparentemente el gobierno mexicano esperaba poder hacer y cobrar los suyos, sin imaginar que los atentados del 11 de septiembre del año pasado elevarían el nivel de las apuestas de manera exponencial.

Ahora parece que todos los mexicanos tendremos que pagar los costos de una política exterior que desechó una prestigiada tradición diplomática y buscó "reinventar nuestra realidad" para "inclinarnos" ante la potencia "incluso sin exigir nada a cambio" (Adolfo Aguilar Zinser, "Política exterior y dignidad, EL NORTE, 27 de septiembre de 2002), como atinadamente lo señaló en estas mismas páginas nuestro representante permanente ante la Organización de Naciones Unidas.

Lo que no es atinado fue su comentario en el mismo espacio de que "las desavenencias en los foros multilaterales, incluso en el Consejo de Seguridad, no son transferibles al escenario bilateral". Que le pregunte al Presidente Fox si no lo son después del desencuentro con el Presidente Bush en Los Cabos.

En cada crisis, y vaya que ésta es una de las más severas que la relación México-Estados Unidos haya experimentado en los últimos años, hay una oportunidad. Ojalá ésta sirva para entender que los reclamos no van a conseguir nada, salvo marginar aún más a nuestro país en la agenda estadounidense. Ojalá contribuya a que se entienda la importancia de los equilibrios de poder y el imperativo estratégico de contar con el mayor número posible de opciones en el diseño y conducción de cualquier política exterior. Ojalá ayude a que se entienda de una vez por todas que lo que les preocupa e interesa a la gran mayoría de los mexicanos no es que se nos vea como una potencia emergente en el convulso escenario internacional, sino tener un empleo bien remunerado, buenos servicios de salud y la posibilidad de mandar a nuestros hijos a una escuela en donde les enseñen cómo competir en México y en el mundo.

Quizás sea mucho pedir. Por lo pronto, lo más probable es que nos tengamos que conformar con el espectáculo que vamos a dar en los próximos años con nuestro multilateralismo bilateral. ¿O era bilateralismo multilateral? ¿Qué era?


El autor fue subsecretario de Relaciones Exteriores de diciembre de 1994 a enero de 1998.

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