Saturday, May 21, 2005

La Cumbre de las ideas

Javier Treviño Cantú
El Norte
23 de marzo de 2002

Hace una semana nos preguntábamos si la conferencia de Monterrey podría convertirse en la Cumbre de la Globalización. Hoy debemos reconocer que la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo representó el primer esfuerzo global para atender y solucionar uno de los principales retos que enfrenta el mundo: la pobreza y sus consecuencias sistémicas.

Sabíamos que la Conferencia no produciría sorpresas informativas. Al fin y al cabo, el documento en el que los Jefes de Estado y de Gobierno plasmarían su visión y acuerdos se terminó de negociar y se aprobó dos meses antes.

El Consenso de Monterrey estaba listo desde el pasado 27 de enero, y las posiciones de los distintos países respecto a su contenido ya se conocían. En este sentido, se esperaba que la Conferencia resultara, hasta cierto punto, "anticlimática". Nadie intentaría salirse del guión. Hasta los globalifóbicos y el mismo Fidel Castro siguieron su propio guión.

Sin embargo, la forma en que se desarrolló, la adopción de compromisos concretos y la discusión de alto nivel que se generó, nos llevan a concluir que, efectivamente, la de Monterrey ha sido la reunión que más se ha acercado a plantear alternativas ante los complejos retos de la globalización.

Nuevos actores

En primer lugar, la Conferencia es la muestra más clara de que los Estados y sus Gobiernos ya no detentan el monopolio de las relaciones en el escenario mundial. A pesar de que siguen siendo los actores con mayor peso y legitimidad, ya no son los únicos con voz y capacidad de influencia.

Las empresas, los centros de investigación, los académicos, las organizaciones sociales, los medios de comunicación y los propios organismos internacionales hoy son actores relevantes, con mucho qué aportar para el avance integral de nuestro planeta.

Cualquier modelo de desarrollo que pretenda tener éxito a nivel local, nacional, regional o global, debe tomar en cuenta a estos actores, que han demostrado una mayor agilidad que los Gobiernos para adecuarse a las nuevas condiciones y aprovechar las ventajas que ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación.

Es cierto que en otras reuniones de este alcance ya habían participado diversos actores no gubernamentales, pero nunca lo habían hecho de manera concertada con los organizadores y las instituciones patrocinadoras.

Ahora, en lugar de manifestaciones de protesta violentas, paralelamente se llevaron a cabo reuniones "oficiales": el Foro de la Sociedad Civil, el Foro Parlamentario, el Foro Internacional de Negocios y más de 50 eventos y presentaciones sobre toda clase de asuntos relacionados con la promoción del desarrollo.

Esto representa un gran avance, y sienta un precedente para las futuras reuniones sobre los temas que conforman la nueva agenda global. Con ello se demuestra que la forma de avanzar en la superación de los retos que enfrenta la humanidad es trabajar juntos para darle una nueva dimensión a la cooperación, ya no sólo internacional, sino transnacional.

El segundo aspecto que convierte a la Conferencia de Monterrey en una auténtica cumbre global es la presencia decidida de Estados Unidos. Le guste o no al resto del mundo, el vecino del norte es la única superpotencia, con un poderío militar, económico y tecnológico que no tiene rival. Ello hace que su participación sea decisiva para el avance, o rezago, en casi cualquier asunto.

Al inicio de su Gobierno, el Presidente George W. Bush envió algunas señales al mundo de que adoptaría una política exterior fundamentalmente unilateral, que respondería tan sólo a sus intereses.

El 11 de septiembre cambió de manera radical esta postura, y, si bien los Estados Unidos aún no parecen estar convencidos de las ventajas que ofrece un enfoque plenamente multilateral, sí han cobrado conciencia de que deben fortalecer sus vínculos con otros países, con los organismos internacionales y los demás actores no gubernamentales para superar retos que ponen en riesgo su seguridad, incluyendo la pobreza.

La decisión del Presidente Bush de asignar 5 mil millones de dólares a una "cuenta para el reto del milenio" durante los próximos tres años parece insuficiente, y fue duramente criticada en Monterrey por gente como el inversionista y filántropo George Soros, o como el ex Presidente Jimmy Carter. No obstante, es una señal de que Estados Unidos está dispuesto a cambiar y a impulsar medidas concretas para contribuir al avance de los países menos desarrollados.

No lo hace por fines altruistas, sino porque es parte de una estrategia integral para resguardar mejor su seguridad y, también, para ganar terreno en uno de los principales frentes de batalla de la globalización: el de las ideas, el del poder suave que se basa en el manejo de la información y las percepciones.

No olvidemos que una de las primeras acciones en el Departamento de Estado, después de los criminales atentados en contra de las Torres Gemelas y el Pentágono, fue nombrar a Charlotte Beers como subsecretaria para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos, una mujer sin experiencia diplomática, pero que fue directora de las dos empresas de relaciones públicas más grandes e importantes del mundo, J. Walter Thompson y Ogilvy & Mather.

El Presidente Bush aprovechó la reunión en Monterrey para enviar un mensaje a sus aliados, incluyendo a México, y al resto del mundo: los Estados Unidos no se encerrarán en su fortaleza ni actuarán solos; buscarán cooperar con el resto de la comunidad de naciones -y demás actores- para propiciar un entorno global más estable, próspero y seguro. Por supuesto, lo harán en sus términos y cuando consideren que está en su interés nacional; pero el que lo hagan ya es ganancia.

En tercer lugar, la Conferencia representó un avance en el reto central de la globalización: su gobernabilidad.

Desde el fin de la Guerra Fría y hasta el día de hoy, no se había logrado plantear un esquema integral para rediseñar las instituciones internacionales con que contamos, ni definir los nuevos ámbitos en los que se requieren reglas y mecanismos para darle el mínimo orden necesario a los complejos y diversos procesos que inciden en el sistema mundial.

No obstante, se ha ido avanzando poco a poco, y en esta ocasión el planteamiento de la responsabilidad compartida como base de los programas y la ayuda para el desarrollo es un logro indiscutible.

En una era en donde el concepto de soberanía está cambiando profundamente, la capacidad de cualquier país para mantenerse como un actor distintivo y capaz de decidir por sí mismo lo que mejor conviene a su gente depende de la eficiencia de sus instituciones. Ni más, ni menos.

Condiciones indispensables

La democracia, el buen gobierno, el imperio del Estado de Derecho, la transparencia, la lucha contra la corrupción y la protección de los derechos humanos ya no son una opción: son las condiciones indispensables para ser competitivos en el marco de una economía cada vez más global, y para ganarse el respeto de la comunidad de naciones.

Es en este sentido que el Consenso de Monterrey puede significar un importante avance en la gobernabilidad de la globalización, aunque es necesario tener cuidado de que no se convierta en un credo que se imponga ciegamente a todo el mundo, sin tomar en cuenta las condiciones particulares de cada país y las legítimas aspiraciones de cada sociedad.

Argentina ya nos demostró que no existen recetas mágicas para lograr el desarrollo. Ojalá que esto también haya sido objeto de discusión de los Jefes de Estado y de Gobierno durante su "retiro" en el Museo de Historia Mexicana.

La organización de la Conferencia no fue perfecta. Las diferencias entre Estados Unidos, Europa y otros países sobre el monto de los recursos que se deben destinar a la ayuda no se lograron resolver. Muchos asuntos de gran trascendencia no pudieron ser abordados como merecían, ni todos los que querían hacerse escuchar lo lograron.

Pero, a pesar de todo, debemos concluir que la Conferencia de Monterrey significa un paso muy importante en el largo camino que aún debemos recorrer para alcanzar el mundo de justicia, seguridad y prosperidad que anhela toda la humanidad. El motor del cambio siempre serán las ideas. Por ello se recordará a Monterrey.



El autor fue Subsecretario de Relaciones Exteriores de diciembre de 1994 a enero de 1998.

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