Wednesday, December 20, 2006

El triunfo del poder suave

Javier Treviño Cantú
El Norte
20 de diciembre de 2006

¿Qué pueden tener en común Chetes, los mayas y Babel? Pues que son buenas noticias para México. El 2006 quizás pase a la historia como el año en que las diversas manifestaciones de la cultura mexicana brillaron con una gran intensidad.

Es un hecho que este año la imagen de nuestro país en el exterior sufrió un deterioro de proporciones incalculables. Las profundas tensiones desatadas por la elección presidencial confirmaron ante los ojos del mundo que nuestro proceso de transición democrática se encuentra empantanado.

Lo mismo ocurrió con nuestra economía. México es percibido como un país que desperdició oportunidades y condiciones inmejorables para realizar cambios que le ayuden a ser más competitivo. Esto se reflejó en la gran mayoría de los índices y estudios globales en donde seguimos atorados a media tabla.

El daño más grave fue causado por el clima de inseguridad e ingobernabilidad que vivimos en 2006. Situaciones como la violencia en la frontera norte, el asesinato de una pareja canadiense en Cancún, los decapitados en Acapulco, los plantones en el DF y el largo conflicto en Oaxaca derivaron en una cascada de alertas para los ciudadanos de varios países sobre el peligro que implica visitarnos.

Resulta difícil creer que algo pudiera equilibrar esta avalancha de imágenes negativas. Sin embargo, el "poder suave" que nos da nuestra cultura nuevamente salió al rescate. Ya lo había hecho al inicio de los años 90, cuando nos ayudó en la negociación del TLC de América del Norte. Octavio Paz había ganado el Nobel de Literatura, el público de Estados Unidos disfrutaba la exhibición "México: Esplendores de 30 siglos" y hasta tuvimos una Miss Universo. México estaba de moda.

En el 2006, nuestra historia prehispánica tomó la forma de una magnífica exposición sobre los "Tesoros de los sagrados reyes mayas", organizada originalmente por el Museo de Arte de Los Ángeles. Este año se presentó en el afamado Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

También fue reconocida nuestra gran tradición literaria. En abril, el Rey Juan Carlos de España entregó el Premio Cervantes al escritor Sergio Pitol. Es el tercer mexicano que lo recibe, después de Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Pero quizás lo más destacado del variado mosaico cultural del 2006 fue su renovado vigor. La cultura "mexicana" ha logrado adquirir un carácter cada vez más universal. Uno de los casos más emblemáticos es el de las telenovelas. El diario inglés Financial Times calcula que las producciones latinoamericanas tienen una audiencia global de 2 mil millones de personas en 100 países, y el periódico El País destacó que han logrado poner de moda el aprendizaje del español en países como Israel.

Las telenovelas se cruzaron con la música gracias al grupo RBD. Habrá quien discuta su calidad artística, pero sus ventas y los tumultos en sus conciertos en Estados Unidos, Brasil y el resto de América Latina, hablan de un producto mercadotécnico muy exitoso. En el extremo opuesto, la cadena de televisión pública estadounidense PBS transmitió "Al otro lado", un excelente documental sobre los corridos mexicanos. Y hace apenas unos días, el New York Times reseñó el éxito de un artista mexicano que estaría en el centro del espectro musical: Gerardo Garza, mejor conocido como Chetes.

Uno de los espacios donde nuestra vitalidad cultural brilló con luz propia fue en el cine. En un artículo publicado en octubre en el Financial Times, Ángel Gurría Quintana citaba a Jason Wood, autor de un libro reciente sobre este tema, quien sostiene que ya no se habla de "cine mexicano", sino del "cine de México".

El cambio no es un mero juego de palabras. Indica "el surgimiento de una generación de artistas con la ambición y la capacidad de dejar huella en la industria cinematográfica global". Las siete nominaciones a los Globos de Oro que recibió "Babel", la más reciente película de Alejandro González Iñárritu, y las 13 nominaciones a los Premios Goya de "El Laberinto del Fauno", que dirigió Guillermo del Toro, lo confirman.

Los ejemplos se multiplican, pero uno que sobresale es el del arquitecto Enrique Norten. Con un proyecto innovador, que incluye un edificio cilíndrico y una arquitectura de paisaje "ondulada", ganó el concurso para "reimaginar" el histórico campus de Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey.

Es una de las instituciones de educación superior más antiguas de Estados Unidos, lo cual habla de la importancia que tiene una obra tan vanguardista como la que se propone construir Norten. Sobre todo, es un testimonio a la capacidad y al merecido prestigio que han ido acumulando un creciente número de arquitectos e ingenieros mexicanos.

Por razones evidentes, 2006 siempre estará asociado al año en que México caminó por el borde del precipicio. La tensión política llegó al límite, la economía mantuvo su vulnerabilidad estructural, y la violencia alcanzó niveles intolerables.

Sin embargo, con el tiempo 2006 puede llegar a ser valorado plenamente como el año en el que el "poder suave" de la cultura mexicana alcanzó uno de sus niveles más altos. Vale la pena recordarlo para apreciar el gran legado cultural de nuestro país, y confiar en que tiene un mejor futuro.

Wednesday, December 06, 2006

La promesa del águila

Javier Treviño Cantú
El Norte
6 de diciembre de 2006

El lunes pasado, el Presidente Felipe Calderón presentó la nueva identidad gráfica de la Presidencia de la República. Es un asunto relevante. Contar con una buena "marca país" se ha vuelto clave para tener una ventaja competitiva en la economía global.

Al igual que las empresas, los países compiten para ganarse la confianza de los consumidores e inversionistas, atraer turistas y contar con una imagen que genere respeto para negociar en las mejores condiciones con otros gobiernos y promover sus intereses en los medios, foros y organismos internacionales.

Desde el 2005, la Secretaría y el Consejo Promotor de Turismo dieron a conocer el logotipo que representaría visualmente nuestra "marca país". Es el nombre de "méxico", con la "m" minúscula y cada letra en un color distinto que vemos por todas partes. Es un esfuerzo importante, que seguramente ha contribuido a refrescar nuestra imagen y lograr que nos visiten un mayor número de turistas.

Sin embargo, una verdadera "marca país" va mucho más allá de un logotipo. La marca se compone de los distintos atributos que describen a un país en voz de nacionales y extranjeros. Es una cuestión de percepciones. Por ejemplo, el Índice Anholt-GMI (www.nationbrandindex.com) que se publicó el año pasado, midió las percepciones en torno a la cultura, la situación política, la competitividad comercial, la calidad del capital humano, el potencial para atraer inversión y el atractivo turístico de 25 países desarrollados y emergentes.

El primer lugar lo obtuvo Australia. México de nuevo se ubicó a media tabla, en el sitio 16, entre Brasil y Egipto. Las metodologías utilizadas en este tipo de estudios siempre generan controversias. Con todo, lo importante para nosotros es entender que, como se señala en la conclusión del Índice Anholt-GMI, la única forma de que un país tenga una buena reputación es ganándosela a pulso.

Las percepciones sobre un país pueden modificarse, pero no con acciones "cosméticas". Más allá de las campañas de comunicación y de los "slogans", si un país quiere mejorar su imagen tiene que hacer un esfuerzo sostenido, a largo plazo, para dar muestras contundentes de que puede cambiar.

Aquí es donde la propia identidad del Gobierno federal juega un papel determinante para proyectar una imagen de seriedad; de que tiene la capacidad para garantizar la seguridad de los que nos visitan e invierten aquí; de que podemos superar los retos que enfrentamos; y de que queremos reforzar nuestro estatus como un miembro destacado de la comunidad de naciones.

Con razón o sin ella, durante el Gobierno que terminó, el "águila mocha" acabó por simbolizar muchas de las fallas y deficiencias que se asociaban con la gestión del aparato federal. A lo largo de los últimos seis años, diversas voces se alzaron para cuestionar la falta de conocimiento y de respeto por la historia que llevaron a cercenar el emblema nacional.

La aparente disposición para negociar o, al menos, interpretar con laxitud preceptos legales fundamentales, también contribuyó a que el resquebrajamiento de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales no causara mayor inquietud en el sexenio pasado.

Lo más grave es que el "águila mocha" se convirtió en la muestra tangible de un profundo vacío de poder, que terminó abriendo espacios para conflictos como el de Oaxaca; para la propagación de la violencia como forma de resolver prácticamente todo tipo de conflictos; o incluso para que cualquier ciudadano se autoproclame Presidente "legítimo" sin tener que enfrentar consecuencia alguna.

Desde el viernes en la madrugada tuvimos un adelanto de la nueva imagen que adoptó el Gobierno entrante. Al final del primer mensaje de Felipe Calderón como Presidente en funciones, apareció en la televisión un cuadro con el águila real íntegra, y unas barras en los colores verde y rojo de la bandera que se disolvían para dejar únicamente el escudo nacional y el nombre de la Presidencia.

Después del triunfo simbólico que significó la toma de protesta en la Cámara de Diputados, volvimos a ver la identidad renovada en el Auditorio Nacional. Tanto en los pendones que colgaban a la entrada como en el podium desde el que Calderón habló ya con la investidura de Presidente constitucional, destacó un aspecto de la escenografía: el "águila mocha" había desaparecido.

A pesar de que la página en internet de la Presidencia estuvo fuera del ciberespacio ese día, el sábado amaneció con una imagen rejuvenecida. Finalmente, el lunes por la tarde Felipe Calderón dio a conocer personalmente el nuevo sistema de identidad gráfica de todo el Gobierno federal.

Como todas las marcas, esta nueva identidad encierra una promesa. Representa el compromiso de que el Gobierno será el primero en respetar la ley, empezando por la que se refiere al uso oficial de nuestros símbolos patrios. También indica la voluntad de encabezar los esfuerzos para construir ese "México ganador" al que con tanta insistencia se ha referido el Presidente Calderón.

Ahora, como en toda campaña para "posicionar" una marca que ha sido renovada, lo que contará son las acciones que respalden la nueva imagen que se busca proyectar.